Para conseguir una idea completa de lo que significa la enajenación diaria de los seres humanos en su ámbito laboral, basta con ver el inicio de esta cinta de Martin Scorsese que, injustamente, ha pasado desapercibida para la mayoría de las personas. Corría el glorioso año 1985, y se podía ver en cines esta joya oculta jugando con el humor negro, lo trágico de la comedia griega y el absurdo de la cotidianeidad, cayendo profundo entre epítetos de diversos críticos, que la admiraban y odiaban por igual.
No vamos a ver aquí la clásica historia de gangters o una narración repleta de violencia supeditada a la venganza de alguien que ha sufrido una injusticia, no señor; Scorsese toma la cámara y dirige a extraños personajes tan perdidos como alienados dentro de una fábula al estilo dantesco, presentando interrogantes casi metafísicos que, obviamente no poseen respuestas, por lo menos en esta cinta.
Ahora bien ¿De qué se trata «Después de hora»? Podríamos decir que se cuenta la historia, o mejor dicho, el periplo de Paul Hacket (Griffin Dunne, el de «Un hombre lobo americano en Londres»), quien no encuentra en su trabajo ninguna atracción que revitalice su rutina, él trabaja en una empresa programando datos, hasta que se topa en un bar con Marcy (Rosanna Arquette), ella lo invita a su casa pero luego de ingerir unas pastillas, muere; y a partir de allí, la nimiedad que sobrevolaba su vida se convertirá en una montaña rusa de sorpresas, miedos y desesperación por querer volver a su tranquilidad, que antes de esto, parecía el infierno.
Ahondando en la película, no entiendo cómo la gente dejó pasar esta maravilla en cuanto a relato, humor, y entretenimiento, ya que tiene un ritmo que no te deja descansar, unas actuaciones excelentes resaltando la principal (Griffin Dunne). Los personajes secundarios aportan lo justo al guión para que este sea perfecto y no logremos aburrirnos disfrutando de cada línea de los inteligentes diálogos, los cuales desparraman una carga de ironía y acidez, pocas veces vista en la pantalla grande.
Aquí se impugna la teoría de la tranquilidad laboral, se tira abajo todo precepto donde podamos encontrar la paz que dicta nuestra existencia, Scorsese pega un golpe de brutal realidad mostrándonos lo que nos podría ocurrir a cualquiera de nosotros en un día común y corriente. Por eso, en algún punto podemos ver una alegoría al terror cotidiano sin pasar por los elementos sobrenaturales. En cualquier vecindario hay un mesero, una vendedora de helados, un barman y una chica solitaria desesperada por compañía.
A lo largo de la noche que dura la película vemos a nuestro héroe (Paul) luchar tenazmente contra todas las adversidades que se le presentan en cada rincón de la ciudad, cual Odiseo queriendo regresar a Ítaca para descansar al calor del hogar; estará atónito al ver a Marcy yaciendo sin vida en su cama, pero luego de eso será perseguido por una horda pidiendo por su cabeza gracias a una confusión que podría costarle la vida y se mezclará con un grupo de personajes que bien podrían estar desfilando en un teatro digno de Fellini.
El final nos arrastrará a un mundo surrealista que deposita en Paul sueños que lo llevarán a resignarse en cuanto a las salidas fáciles de este laberinto desdichado; la ayuda llegará en forma de arte moderno tamizado con un paseo en camioneta cuando ya las luces del amanecer resaltan sensatez y sobriedad acuchillando a nuestro protagonista justo donde más le duele, es decir, en su propia vida rutinaria.
Por demás está decir que recomiendo este film de Scorsese hasta el hartazgo, una historia llena de creatividad y nerviosismo, pero que derrocha admiración en cada uno de sus planos. Te dejo el tráiler a continuación.