Aquí estamos otra vez revisionando un clásico. En este caso nos dedicaremos a, quizás, la comedia romántica más famosa de la historia del cine: Desayuno en Tiffany’s o Desayuno con diamantes o Muñequita de lujo, según el país y la traducción que le hayan dado allá por su estreno en el año 1961. Comenzaba la década y la revolución de la moda, el cambio generacional. El rock and roll se hacía sentir en la juventud. Llegaba gran parte de la liberación para mucha gente, así que tenemos que concluir que aquellos eran tiempos agitados. Pero ¿porqué es tan grandiosa esta cinta? Ya lo veremos y pueden tener la seguridad de que nos sobrarán razones.
Primero vamos a contar el argumento, Holly (una inmejorable Audrey Hepburn) es una mujer que vive en un departamento a costa de hombres con quienes ella sale sólo para poder mantenerse y seguir con nivel de buena vida. La escena donde podemos apreciar los créditos iniciales, nos dejan ver a Holly con ese vestido negro, imitado hasta el hartazgo, frente a la vidriera de la joyería Tiffany’s desayunando una especie de bizcocho. Ella conocerá a Paul Varjak (George Peppard), un escritor con ganas de fama que también vive de alguien, una señora mayor que él.
Estas dos almas, perdidas en una mentira, se conectarán de inmediato, primero en plan amistoso pero siempre con el coqueteo de por medio, y luego en el camino de las emociones amorosas de parejas. Con sus idas y vueltas, la relación será dramática y graciosa, atrapante a más no poder, el carisma sobresale de la pantalla para tocarnos en lo más profundo de nuestro ser. Congeniamos con ellos desde el primer minuto, queremos que terminen besándose, casándose, ansiamos ese final feliz y rogamos para que nadie se interponga en sus caminos. Ella tan elegante, él tan caballero, la historia tan perfecta, las escenas tan bien actuadas, la dirección tan influyente en todo lo que vino después y las emociones tan a flor de piel. La mesa preparada para disfrutar de una experiencia inigualable.
La narración se asemeja a una margarita a la cual le están quitando los pétalos: me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere. La película está basada libremente en el libro del mismo título escrito por Truman Capote, es menos ácida pero con más ritmo y menor carga sexual. El argumento se mantiene equilibrado en todo momento, él y ella son los protagonistas absolutos en el amor y el desamor, veremos cómo se construyen instantes repletos de química entre ellos dos y cómo llenan la pantalla de magia. Seremos testigos de un relato repleto de ternura, disparates, pasión y locura.
Holly ve en Paul a su par, a esa persona desviada del sendero original y que ha tenido que improvisar con lo que tenía a mano para poder sobrevivir, es decir que estaban destinados a encontrarse en algún momento de esta vida. Cada uno de ellos carga en sus espaldas una cruz con sus crisis existenciales y sus extravagancias. El personaje de Paul parece lleno de seguridad pero a medida que el metraje avanza, comienzan a aflorar sus miedos y eso le brinda pie a Holly para que lo abandone por una magnate y se vaya a vivir a Brasil, o por lo menos eso es lo que ella intentará.
Lo que logra este film es que caigamos en el desamparo con cada discusión que hay entre Holly y Paul, que nos alegremos cuando se arreglan y vuelve la posibilidad de que estén juntos para siempre. Acá nos damos cuenta que el director Blake Edwards tenía muy en claro lo que deseaba provocar en el espectador, una identificación con los diálogos y las situaciones disparatadas que tienen lugar en el romance de los protagonistas. Desayuno en Tiffany´s ha fabricado infinitos repetidores en esta temática, chico conoce chica y todo lo que eso trae aparejado, lo que sucede aquí es que nos topamos con una Audrey Hepburn fantástica, brillando en cada segundo del film, emanando belleza y glamour por cada uno de sus poros, está en un papel que le calza justo, y todos morimos de amor con ella cantando «Moon River» sentada en el marco de la ventana.
El final llega con su punto de perfección: la lluvia, ella, su gato, él, la reconciliación, ese encuentro que nos alegra la vida, ese epílogo pleno de alegría y amor, de arrepentimiento y congoja que transforma la más lejanas de las fantasías en pura realidad, pura magia. Todo termina aceitándose con la música de Henry Mancini. Supongo que ya la has visto, pero si no lo hiciste, deberías verla ya mismo. Te dejo la escena de «Moon River» a continuación.
&;